Al anciano que bebe un vaso de vino cada tarde y antes de la partida, nunca nadie le vio con los zapatos sucios. Esa fue siempre su obsesión. Podría no contar con dinero para una comida suculenta y verse obligado a repetir en el comedor universitario, un día tras otro, huevos fritos a pares sin rechistar; podría tener que usar periódicos debajo de la camisa para no coger frío por las noches; podría no quedarle más remedio que arreglar cuantas veces fueran necesarias su viajada maleta de madera. Pero los zapatos, brillantes, siempre, como recién estrenados, incluso después de una carrerita huyendo de las fuerzas de la ley, con capa y guitarra en mano.
Por eso ahora, cuando ya cumplió noventa y se ayuda de un bastón para caminar con más soltura entre las calles irregulares del pueblo, conserva como afición bajar todos los sábados al mercadillo, a ver si pesca algún buen par de zapatos. Sus hijas se empeñan en comprárselos de suelas baratas y aburridas para pies todavía más aburridos, Read more
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