MARY
Dio por finalizada su criatura, su monstruosa criatura. La última palabra escrita dejó una gruesa gota de tinta que traspasó el papel. Ella lloraba, emocionada por la historia gestada y parida. O es posible que, simplemente, la ceniza con la que el volcán Tambora trataba de hablarle a miles de kilómetros, le entrara en los ojos.
FRANKENSTEIN
Las niñas que ven Frankenstein en el cine, saben que los monstruos existen. Y quieren jugar con él. ¿Quién soy yo?, se pregunta desde el otro lado de la pantalla. Ellas le dan la mano y se lo llevan hacia las colmenas. Saben que las abejas no le harán ningún daño y confían en que, gracias a él, podrán encontrar en medio del enjambrado caos sonoro, ese dulce orden geométrico que tanto necesitan. ¿Quién soy yo?, les vuelve a preguntar…
VICTOR
El científico huyó: sin maleta y sin responsabilidad. Y al cerrar la puerta del laboratorio, se olvidó el apellido dentro.
PROMETEO
Prometeo apagó el fuego y encendió el ordenador. Se buscó en Wikipedia y editó el contenido: ya nada volvería a ser igual sin Stephen.
(Microrrelatos nacidos al calor del 200 aniversario de la publicación de la novela Frankenstein, de Mary Shelley)