Llevaba años esperando el tren. Allí, en aquella estación apartada en la que, otras personas, también esperaban: algunas de pie, otras sentadas, todas expectantes. Nadie hablaba, solo miraban, paseaban y esperaban. Y vuelta a empezar.
A un lado del edificio, justo enfrente de las vías, una higuera les observaba esperar. Su vida era tranquila y cíclica, ordenada y sin mucho que contar. Procuraba mantenerse viva, aunque el reto no resultaba fácil en ocasiones y cuando caía algo de lluvia, por poca que fuera, recuperaba la compostura.
Nada, ni rastro del tren.
Entonces la cámara cambia de plano. Deja la horizontalidad y enfoca verticalmente. Las vías de tren se transforman en una escalera infinita y los cuerpos que esperan, se agarran entre ellos para evitar caer.
Ya no hay estación. Ya no hay espera. Puedes subir para ver el paisaje desde otro ángulo, respirar un poco de aire fresco o descubrir lo que hay al final de la escalera. Puedes quedarte a medio camino, o a un cuarto de camino, puedes bajar y explorar.
¿Y la higuera? A ella sí que le toca seguir esperando pues con sus raíces no es fácil probar los escalones. Al fin y al cabo es un árbol, lo tiene asumido y además, le encanta. Lo único que desea es que alguien, desde allá arriba, mire.