Hostales de palabras

Una de las primeras cosas que hizo David cuando cumplió los ocho años, fue sacarse el carnet de la biblioteca que tenía al lado de casa. Ésta pertenecía a Caja Madrid y, en ella, pasó largas horas acompañado de SúperLópez, o Mortadelo y Filemón; allí conoció otras realidades de la mano de Vázquez Figueroa y descubrió su pasión por la literatura fantástica. Años más tarde, la biblioteca se convirtió en el lugar donde poder estudiar los exámenes y sacar aquellos libros que le interesaban, sin necesidad de acumularlos en las estanterías de su casa. Casi treinta años después, la biblioteca cerró para ser reformada. Casual o coincidentemente, al mismo tiempo, Caja Madrid era absorbida por la nueva Bankia. A día de hoy, la biblioteca permanece en pie como un edificio fantasma, cerrado, inútil. Si buscamos en la página web de la Obra Social Caja Madrid, podemos encontrar esta fabulosa descripción:

Dispone de 2 salas de lectura, 222 puestos de lectura, 8 puestos informáticos (2 salas) y 2 salas de trabajo. Comparte edificio con la Escuela Infantil de Obra Social Caja Madrid y se encuentra junto a un Espacio para Mayores de Obra Social”.

Pero a continuación, la letra pequeña nos indica su situación actual: cerrada al público. Toda una biblioteca convertida en un local abandonado.

Las bibliotecas son espacios de paso y de estancia, de encuentro, de creación de grupo, de interacción humana, hostales de palabras que esperan ser despertadas, deseosas de que alguien se fije en ellas y las haga parte de su propia historia vital. Quien va a una biblioteca, lo hace con el fin de encontrar en ella uno de los elementos más básicos de una sociedad libre: conocimiento. Aquel que se ha convertido en una víctima colateral más de una crisis económica que parece canalizar el enfoque de la solución casi, exclusivamente, hacia el fomento del consumo. Consumamos, eso sí, sin pensar, sin razonar, no vaya a ser que en una de esas veces, vayamos a querer plantear otras formas de ver la realidad.

La Librería Catalònia, fundada en 1924 en Barcelona, después de haber superado una guerra civil, un devastador incendio y un conflicto inmobiliario, cierra definitivamente como consecuencia de la crisis económica. Tal y como su director, Miquel Colomer, explicaba en el comunicado hecho el pasado 7 de enero, la decisión ha sido tremendamente triste y dolorosa, tanto como inevitable. ¿Y ahora, qué sustituirá a esta histórica librería?; todo apunta a que, en breve, será un McDonald’s lo que podremos encontrar en la Ronda de San Pere 3, y que me perdonen los indondicionales del lugar, pero el cambio me suena a cruel broma del destino: ¿¡libros por hamburguesas!? Esta situación me recuerda cuando uno de los cines de mi ciudad de origen, el cine Capitolio de Elche (Alicante), cerró tras ser comprado por Zara, al igual que ocurrió con el antiguo cine Avenida, situado en la Gran Vía de Madrid, que es actualmente una tienda H&M. Ahora, en lugar de butacas hay ropa, y en vez de historias, al salir te llevas bolsas cargadas de pseudofelicidad. Recientemente, una amiga que había visitado Buenos Aires, me contaba el caso de la librería Ateneo Grand Splendid, un antiguo teatro que conserva también la estructura original del edificio, con la salvedad de que el cambio, en esta ocasión, ha beneficiado a la cultura tanto como su antiguo uso hizo por ella.

En uno de los capítulos de la magnífica serie The Wire (HBO, 2002-2008), el hermano Mouzone, personaje interpretado por el actor Michael Potts (un asesino que no se despeina al empuñar la pistola), pronuncia una de esas frases impolutas en sí misma, que no hace falta matizar ni explicar:

“¿Sabes qué es lo más peligroso de este país?, un negro con carnet de biblioteca”

El sentido que estas palabras adquieren, alcanza una comprensión total dentro de la trama. No obstante y saliéndonos de la serie, es posible apropiarnos de ellas para poder explicar acontecimientos que nos rodean y que pasan desapercibidos. Como la Marea Amarilla, una iniciativa nacida con el objetivo de defender el sistema público de bibliotecas. Quizá la palabra “peligroso” resulte excesiva para describir realidades que nos rodean; quizá, resulten insuficientes. Lo que sí es cierto es que si David cumpliera hoy ocho años, no podría sacarse el carnet de una biblioteca que, lamentablemente, no existe más que como una cáscara vacía y sin vida.

Porque gastar en cultura, constituye una imprescindible inversión humana y social.

Marea amarilla

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2 comments

  1. David dice:

    Simplemente fantástica entrada.
    Las bibliotecas son el símbolo de un país desarrollado, son el espacio que ayuda a aquellas personas que no tienen la suerte de contar con un lugar para estudiar en su casa, o no tienen dinero para pagar una conexión a Internet.
    Para mí, significó todo lo que Virginia retrata, y además, supuso un lugar de encuentro, donde encontrarme con compañeros de colegio o del instituto o del barrio. Dónde se podían leer los periódicos y consultar libros que nunca comprarías por falta de dinero o por falta de interés.
    La biblioteca «Conde de Elda», fue el espacio donde comencé a viajar, a mundos de fantasía o a mundos más cercanos.
    Sacarme el carnet de la biblioteca fue lo primero que hice con ocho años, con el número de socio 4504.
    Verla cerrada me lleva a pensar en todos aquellos que no podrán disfrutar de su silencio sonoro.

    GRACIAS POR LA ENTRADA.

  2. Jorge dice:

    Una pena ver un lugar como ese abandonado y justo después de la famosa reforma.

    De todas formas fueron 5 y no 8, 5 era la edad mínima y recuerdo estar muy enfadado con 4 ya que no me dejaban entrar allí.

    Todavía recuerdo el primer libro que leí, un cuento verde con portadas verdes sobre un perro.

    Gracias por otra entrada estupenda.

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