Pescando significados

Paseando por la playa sola, se encontró un colmillo de elefante a ras de la orilla. Al principio pasó sin hacerle demasiado caso, de hecho seguramente lo vio sin mirarlo, lo miró sin realmente verlo o quizá no quiso ser consciente de que estaba allí de verdad pero como si alguien tirara de ella, detuvo el paso y echó marcha atrás. Y sí, lo era, claro que lo era, no cabía la menor duda. Aunque había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que una emoción semejante le erizara la parte de atrás de las rodillas, el tener de nuevo uno tan cerca como para rozarlo con los pies, le trasladaba automáticamente hasta el principio de todo, de todo lo que merecía la pena ser recordado. Seguramente había llegado hasta allí arrastrado por las olas, como muchos otros objetos valiosos y perfectamente inútiles que deposita la marea. Se quedó mirándolo: era hermoso, el color oscuro pintado por el salitre le daba un aire majestuoso, un toque de distinción. Tenía incrustaciones de kril, como si fueran piedras preciosas robadas a Neptuno. De repente, fue consciente de que llevaba ya unos minutos sin hacer ningún caso a la música heavy que iba escuchando en sus auriculares. La apagó y el silencio la sorprendió estremeciéndose.

La experta en elefantes había olvidado lo que significaban estas emociones, se había permitido el lujo de soterrarlas bajo capas y capas de hielo: el del paisaje del país en el que vivía, el de las relaciones personales que mantenía, el de los sueños que hacía meses que no tenía. De modo que se dejó llevar por aquella visión, agarró el colmillo y echó a correr sin dejar que las miradas zombies de los paseantes le afectaran lo más mínimo. Y siguió corriendo y corriendo hasta perder el aliento y hasta que la sequedad de su boca fue tal que acabó escupiendo arena. Una vez que llegó al puente se detuvo. Y allí, tarareando canciones que empezaron a deshelarse en su memoria, se encaramó a la barandilla y se sentó. Agarrada con fuerza al cable más grueso del puente, mantuvo unos segundos los ojos cerrados, algo temerosa todavía de que aquel regalo no hubiera roto la maldición, cansada de que fuera una decepción más. Y los abrió de golpe. Sí, el colmillo era real y funcionaba.

La que fuera premiada por su incansable labor intentando convencer al mundo entero de que el elefante era el origen de todo y de todos, echó su caña al agua y se puso a pescar significados. Otra vez. Como había hecho aquella primera ocasión en la que todo comenzó, una tarde fría de finales de verano, en la que el anzuelo se le llenó de respuestas a las preguntas que le atormentaban. Y los elefantes se convirtieron en su razón de ser. Hasta que el mar dejó de traerle significados y ella se dedicó a vagar ahogando su angustia en música de karaoke. Hasta hoy.

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4 comments

  1. Terenci dice:

    Muy evocador, como siempre 🙂

  2. Ana Poveda dice:

    A mi los colmillos de elefantes me transladaban a pensamientos sobre tráfico ilegal y matanzas sangrientas hasta hoy.

  3. Enric dice:

    Que chulo!
    He tenido un ratito y me he volcado sin pensarmelo. Este surrealismo tuyo siempre me resulta super evocador y muy muy refrescante. Tu no pares. Yo me vuelvo a la tesis…

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