El pasado domingo 16 de septiembre, estuve pasando el día con unos amigos en la playa de Los Percheles (Murcia). El tiempo era fabuloso de modo que mucha gente había tenido la misma idea de comer junto al mar. En la playa había multitud de carpas y los huecos bajo las palmeras estaban bastante solicitados pero, finalmente, pudimos ocupar aquel que nos estaba esperando.
A ambos lados de donde nos instalamos, un par de grupos se disponía a empezar a preparar la comida,…, en una barbacoa.
Quema la inconsciencia de las personas que no se plantean el peligro de encender una barbacoa junto a un montón de rastrojos secos y con el termómetro marcando 30º. Queman las miradas de desaprobación cuando lo comentas. Quema el peso del miedo ante la posibilidad de compartir tu desacuerdo. Quema el sinsentido de tener que tragar el humo de quien piensa que lo tiene todo controlado y que los accidentes, solamente les ocurren a otros.
Y mientras, este país se quema.
Decidimos llamar a la Guardia Civil; tomaron nota del aviso, con cierto tono de indignación ante los hechos que les relatábamos, (o al menos eso es lo que nos pareció por teléfono), y seguimos comiendo.
El grupo a nuestra izquierda, reaccionó rápidamente: comieron en un abrir y cerrar de ojos, recogieron la barbacoa y en muy poco tiempo ya no quedaba indicio alguno de que alguien hubiera estado allí. Quizá sabían que no hacían lo correcto o, quizá, simplemente, temían las consecuencias.
Al rato llegó un coche de la Guardia Civil, dio una vuelta por la zona y cuando ya se disponía a marcharse (sin que nadie hubiera bajado de él), lo paramos:
_ ¿Dónde está la barbacoa,…, allí, donde hay humo? (no, aunque lo parezca, no es un chiste).
La pareja bajó del coche, a cámara lenta y mostrando muy pocas ganas de tener que andar recordando la ley:
_ Buenas tardes,…, ¿saben ustedes que está prohibido hacer barbacoas?,…, ahora la apagan con la arena, por favor,…, venga, que aproveche…
Y se fueron, mientras el humo seguía saliendo tranquilamente.
Quema la desidia con la que se imponen los límites que sí son necesarios. Quema la pasividad y la ineficacia de quienes representan el orden amparado por lo “legal”. Quema la falta de responsabilidad: la del que no piensa, la del que no interviene, la de quien cree que no es asunto suyo. Quema la impotencia de querer ejercer tus deberes de ciudadanía preocupada por el bien común y que todo suene a farsa, a pataleta pasajera, a simple ilusión de poder mostrar tu postura y que, como al humo, las palabras se las lleve el viento.
Y mientras, este país se quema.
Por cierto, a la hora de merendar, nuestros vecinos volvieron a encender la barbacoa, pero esta vez en lugar de quedarse vigilando el fuego, se marcharon a bañarse. Quema la estupidez humana, ¡y cómo quema!
Ojalá comenzásemos por hacer un ejercicio introspectivo desde los responsables del cuidado de la seguridad… por decirlo de algún modo, hasta su servidora. Y en él, de verdad de la verdadera fuéramos capaces de hacer ese listado que pocas veces nos atrevemos a hacer de todas las cosas que no sólo podríamos, sino que también deberíamos modificar para evitar… que se quemen los bosques, las playas estén más limpias, haya menos corrupción… en fin… todas esas cosas que contribuyan un poquito a aumentar la conciencia colectiva, que falta nos hace.
Y desde luego los chicos de la benemérita, desde luego bajan el listón de manera gráfica… y yo que pensaba que eran de los pocos que se salvaban??
Un besito Virginia, buen post para reflexionar y hacer esta listica.
Gracias, Carmen, un beso.