La niña a la que le encanta leer, nació en un circo. Su padre es el hombre más alto del mundo y se pasea en zancos por la ciudad para asustar a las palomas. Su madre es mujer-bala, mujer-barbuda y mujer-contorsionista, y ha usado tanta purpurina en los ojos que cuando parpadea a diez metros de ti, te deslumbra. Su hermana es equilibrista, trapecista y payasa, todo a la vez o cada cosa por separado, según si es día par o impar. Y su hermano traga sables, fuego e interjecciones de admiración y miedo que el público lanza desde el graderío.
Ella podría leerlo todo: las instrucciones de la máquina de cargar elefantes y la letra pequeña de las entradas, las etiquetas que se les queda por fuera a algunas personas del público al sentarse y que les sobresalen por encima de los pantalones, y las palabras sin sentido que cotorrean las cotorras del encargado de las luces; podría leerle los labios a todos los que boquiabiertos esperan el salto mortal y podría leer los libros que todavía no se han escrito. Lee el “made in” de todos los instrumentos de la banda de música, y lee los posos de las bolsitas de té que se preparan las jinetes acróbatas antes de salir a la pista central. Le apasiona tanto leer que la leona del circo le tiene unos celos terribles.
Y leyendo, leyendo, fue como se enteró un día de que no todo el mundo es igual, porque nacemos con unas letritas que nos definen como individuos únicos e irrepetibles y por ese motivo, ni las pestañas, ni los lunares, ni las arrugas de las manos después de dos horas de piscina, ni las rayas del pelo ni, por supuesto, las risas y los aplausos serán nunca los mismos entre dos personas. Y fue entonces cuando decidió que a partir de ese momento, se convertiría en la enlatadora oficial de risas y aplausos del circo.
La niña a la que le encanta leer, que nació en un circo y que, leyendo leyendo, descubrió una nueva pasión, recolecta de entre las personas del público que acude a ver el espectáculo, risas y aplausos para enlatarlos. Primero las observa detenidamente en la cola de la taquilla y las va clasificando. Los aplausos, según el tamaño y el tipo de manos: manos pequeñas, aplausos tintineantes; manos peludas, aplausos enredados; manos con anillos, aplausos con chispas; manos gordotas, aplausos reverberantes; manos alargadas, aplausos de araña. Y las risas, según la cantidad y calidad de las arrugas aparecidas en la cara: simple lógica matemática, a más y mejores arrugas, la intensidad de la risa aumenta.
Nadie conoce el oficio de la enlatadora de aplausos y risas porque nadie ha visto nunca qué es lo que hace después con ellos. Pero podemos seguirla y averiguarlo enseguida. Solo hay que madrugar un poquito, como a las 5 de la mañana; a esa hora es cuando ella suele salir de su caravana,…, ahí va,…, ¿qué hará hoy con las risas y los aplausos más recientes?,…, puede que vacíe los botes sobre el maquillaje del jefe de pista o sobre los repuestos de las bombillas de colores,…, quizá decida verterlos mezclando una cuantas risas con la sal de las palomitas o algún que otro aplauso entre el polvo de talco de las acróbatas,…, hasta es posible que los libere con los detergentes para lavar la carpa y el abrillantador para sacar lustre a los aros de los domadores,…, quién sabe, al fin y al cabo, leyendo leyendo, la niña que nació en un circo acaba de comprender que la magia, existe.
¡¡Aplausos!!
La magia existe…
…que te lo digan a ti 🙂
Súper chulo!
Manos arrugadas incluidas jejejeje
Es que tus manos son muy inspiradoras…
Tras los celos de la leona, me parece distinguir una ternura comestible o algo así no?
Felicidades a la creadora.
¿Ternura comestible?, ¿me lo puedes aclarar un poquito, Jesús?
¡Qué bonito!
Pues espero que me disculpes Virginia, pero ya que pides tan amablemente una aclaración, hayá va, me sucedió algo extraño, y fué, que me puse en la piel del felino lector, y me pareció ver como la niña pasaba a integrar su dieta, y la servía de combustible para escapar del circo. Un abrazo y reitero mis felicitaciones.
Vaya, Jesús, entonces ahí habría que abrir un nuevo final para el relato, protagonizado por la leona y, quién sabe, si también por la niña que la usa como «caballo de Troya»…
La descubridora y creadora de las risas enlatadas de las series de situación.
Ahora sé quién y cómo. Cuando vea una serie pensaré en tu cuento….
Éste sí lo entendí y me ha ilusionado…