Tacones

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La fotografía que abre esta entrada, la tomé en la zona de ocio infantil del Parque Genovés de Cádiz, y no, no está completa. Era un cartel de aviso que prohibía el uso de tacones en dicho recinto por el hecho, como ponía más abajo, de tratarse de un suelo de caucho en el que estos podían clavarse fácilmente y estropear la superficie. Una vez aclarada la pequeña manipulación, sigamos.

Hace unas semanas, leía el siguiente titular: Sarah Jessica Parker se baja de los tacones por problemas de salud. La noticia contaba que la Carrie Brandshaw de Sexo en Nueva York, dejaba de usar zapatos de tacón alto, como los famosos “manolos” diseñados por el español Manolo Blahnik, debido a diversas afecciones óseas y en las articulaciones que podrían agravarse en el futuro de no evitar su uso. Busco entonces información sobre los zapatos de tacón y, en todas ellas, se repite la misma cantinela: el uso reiterado de tacones puede provocar malformaciones en la columna, problemas renales o de ovarios, dolores de espalda y afecciones de todo tipo en los pies, en los huesos, en las rodillas, etc, etc. Entonces me pongo trascendental y me planteo qué pensarían los homínidos que empezaron a gozar de la libertad de poder prescindir de los brazos para poder desplazarse solo con las piernas, que ganaron en destreza y velocidad, capacidad de supervivencia y agilidad, libertad de movimiento y de superación. Y sonrío.

¿Qué representa el zapato de tacón en una sociedad como la nuestra? Diseño, estética, buena posición social y económica, placer por estar guapa y mostrarlo, altura física y simbólica, seguridad emocional, estilismo corporal, fiestas, fetichismo, uniforme de trabajo, feminidad… Dicen que un buen zapato de tacón mejora el aspecto de una mujer, su figura, sus piernas, sus andares,…., ¿pero tiene en cuenta el aspecto si la salud se ve afectada de alguna manera?, ¿tiene en cuenta el aspecto si la mujer se siente bella en esencia y más allá del zapato? Me llega el caso de una conocida que, para dejar a su hijo en el colegio, se coloca los zapatos de tacón cerca de la puerta y, cuando ya ha salido, se vuelve a poner los deportivos para ir al gimnasio. Y vuelvo a reírme, esta vez por una mezcla de lástima y vergüenza ajena. Qué malo es mezclar. Me vienen a la cabeza imágenes de presentadoras de televisión subidas en auténticos zancos (perdón, con lo que me gusta el circo), sin plantearse que en ese momento son modelos a seguir, imagen de lo que debe llevarse, ser, sentir, parecer, una mujer, y no me reconozco como tal si mi feminidad tiene que pasar por una cruel y despiadada dictadura que me vuelva esclava de mi cuerpo, si el precio a pagar es mi libertad como mujer y como persona. “Yo también soy libre de comprarme el zapato alto, si puedo permitírmelo, ponérmelo, lucirlo, y nadie puede impedírmelo”, podrían decirme muchas mujeres. Cierto.

Para mí, sin embargo, es más importante no confundir salud y bienestar, con la felicidad de no tener porqué responder a un único modelo de belleza. “Claro», podrían decir aquellas peor pensadas, «eso es envidia”. Y me vuelvo a reír, porque creo en lo importante que es para el individuo mirarse al espejo, reconocerse, gustarse y decírselo, sin necesidad de someter al cuerpo rasurándolo, tintándolo, encorsetándolo, botoxizándolo (perdón por el palabro), maquillándolo, estirándolo… Y soy la primera que se siente atrapada por tantas cadenas que asumo voluntariamente, porque me falta valentía para decir: sí, puede que sea más cómodo prescindir del vello corporal en determinadas ocasiones, pero, ¿no se trata más bien de un tema visual que hemos aprendido a creer como deseable o rechazable?; el vello no es suciedad, por mucho que la convicción de los grandes negocios de depilación nos haya cegado hasta el punto de no cuestionarlo, hasta el punto de vernos afectadas por no estar bien depiladas. ¿Y si mi cara se llena de arrugas, ¿qué problema hay?, pues más de lo mismo; ¿por qué no pensar que eso será signo de haber sonreído al sol y al viento, de haber dejado que el tiempo marque tu cara con mil experiencias y sin perder la posibilidad de expresar que sigues viva? Solo tengo una cana en mi cabeza, pero quisiera poder jugar con mi color de pelo como quiera, cuanto quiera y en el momento que lo desee, o no, sin dejarme llevar por el terror de las raíces y sintiendo que las canas no hacen vieja a una mujer e interesante a un hombre, pues no es una cuestión de sexos sino un absurdo chantaje de género.

Creo que el zapato de tacón alto, el vertiginoso, el de aguja, el zanco, simboliza mucho más que simple diseño, moda o gusto personal. Representa un claro control hacia la mujer, cuando su uso es impuesto indirecta e inconscientemente, cuando nos vemos poco bellas o fuera de lugar si llegado el acontecimiento de turno, la situación parece empujarnos a tener que subir a unas plataformas que nos hagan ser un centro de atención involuntario y competitivo, figurines tallados para disfrute externo, piernas estilizadas con andares sexis y una cuestionada movilidad. El cuidado, el afecto hacia una misma, el conocer y reconocer nuestro propio cuerpo, el construir una feminidad sana, pasa por proporcionarnos placeres que resulten beneficiosos y saludables: vernos bien, sentirnos bien, querernos, mejorar con valentía e inteligencia. No es fácil, no conozco la fórmula mágica con la que conseguir esa seguridad que nos ayude a crear la coraza perfecta para poder superponernos a los cánones sociales, que nos permita alcanzar el equilibrio entre todo lo que nos conforma como personas: nuestro ser interior y el aspecto externo. Pero quiero creer que sonreír, es un gran paso para conseguirlo.

Por eso os dejo esta noticia que podéis ver pinchando aquí; para que se os arruguen un poco los ojos y la boca al reír o, al menos, sonreír, en cada línea. Y por eso, además, me gustaría pensar en la imagen con la que empezaba esta entrada, la que manipulé a propósito, como un guiño hacia tantas prohibiciones incoherentes que nos rodean, con el fin de poder pensar en ver las cosas desde otro punto de vista. Uno desde el cual apostar, más bien, por esa inteligencia que nos volvió bípedos para poder correr y sentirnos libres. Libres de escoger, cierto, sin prohibir, de acuerdo, pero con la conciencia de que nuestra libertad implica una gran responsabilidad a la hora de usarla correctamente.

Déjenme todas las arrugas, no me quiten ni una sola: he tardado una vida para procurármelas
Anna Magnani (actriz italiana, 1908-1973)

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8 comments

  1. Channing dice:

    Dos comentarios:
    1) He recordado el personaje de Ángela Molina en «Piedras» obsesionada con los zapatos (hilo conductor por cierto, del resto de personajes)

    2) He recordado a Lynette Scavo («Mujeres Desesperadas») cuando finalmente se arrepiente de hacerse un lifting convencida por las palabras de su marido que le viene a decir que todas y cada una de sus arrugas son experiencias vividas y que hacerlas desaparecer sería como borrar aquello que ha vivido.

    PD: En Eurovision, Remedios Amaya en su día yendo descalza, 0 puntos. Y este año, Raquel del Rosario también iba descalza y penúltimos… Saquen sus propias conclusiones!

    • Virginia dice:

      Grande, el personaje de Lynette Scavo y, por cierto, no olvides que las ganadoras de los últimos festivales de Eurovisión, Loreen (Suecia, 2012) y Emmelie de Forest (Dinamarca, 2013), también iban descalzas, lo cual compensa los casos que tú mencionas y abre otro punto de vista, ¿no te parece? 😀

  2. David Gómez dice:

    Y también nos toca a los hombres. En vez de nivelar en positivo y descosificar a la mujer, la igualdad va llegando por nuestra cosificación.
    Los «cuerpos danone» también son cuerpos masculinos.
    Hay que depilarse, y someterse a los tratamientos antiedad y anticaída, hay que teñirse el pelo. Y por supuesto, hay que lucir tableta.
    Sé que nos toca menos, pero también nuestros cuerpos corren el riesgo de convertirse en un objeto hipercontrolado.
    Un saludete.
    David

    • David dice:

      Pobres ratones o suertudos ratones. Podemos discutir si estos ratones tienen la suerte de vivir la vida, ya que ¿cuál sería la vida de un ratón de laboratorio sin vivir este experimento? Seguramente una vida sometida a estímulos aburridos o a inyecciones dolorosas.
      En fin, habría que ver cuáles son los resultados que tendrían los ratones coloraos.

  3. Celia Sánchez Dominguez dice:

    Totalmente de acuerdo con todo lo escrito. Es cierto que los tacones hacen las piernas más bonitas y gracias a eso yo tengo los pies hechos polvo (ya hace tiempo que no uso tacones tan altos)y que le dan a uno cierta gracia y seguridad al andar, y que cada uno puede hacer lo que quiera, pero yo ni antes ni ahora me visto y hago las cosas para gustar a los demás, sino a mi misma. Creo que todos tendríamos que llegar a esa conclusión y no obsesionarse ni con las arrugas, los kilos, el pelo y un largo etc..Naturalidad y aceptación de nuestra situación y punto. Un beso

  4. ANA POVEDA dice:

    Con 16 años volví del Camino de Santiago con los dedos meñiques de color azul.Fuí a mi tío el podólogo y desde entonces llevo plantillas.Me habló de que los pies son como los coches,que tienen un quilometraje máximo aproximado y los mios habían caminado mucho ya.Pero no fue esa proyección fatídica lo que más me sorprendió sino la siguiente.
    Me dijo que no tenía pies para llevar tacones(me lo decía verdaderamente compuljido).Y a mi respuesta despreocupada me replicó que quién sabía a qué me iba a dedicar en el futuro,pues podría ser que mi trabajo me obligara a llevarlos.
    Por aquel entonces estaba convencida de no dedicarme a ningún oficio que los requiriera.

  5. Tania dice:

    ¡Hola Virginia!
    ¡Hey, qué buena entrada, je, je! Me ha gustado mucho la línea argumental y la noticia de los ratones. Creo que voy a agregar dos páginas más a las que hacer una visita de vez en cuando ^^
    Seguiré pasándome por aquí.
    Talué!

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