Urdimbre(s)

La escritora que está totalmente bloqueada -porque por más que lo intenta ninguna idea le acaba de convencer-, sigue persistente en su empeño. Baraja personajes y contextos, pero acaba sacándose un as de la manga; sopesa acciones y actitudes, hasta que la balanza pierde todos sus decimales, y hace lluvia de ideas mentales que acaban derivando en tormentoso batiburrillo de síes, noes y peros. Al final, extenuada, acaba por dejarse caer sobre la alfombra con el cerebro seco. La frustración se mofa en su cara y la rabia de esa risa maligna que solo ella permite y provoca, hace aún más grandes las carcajadas.

Y de repente,…, Leonarda, Modesta, Carmela,…, –¿esto qué es?-. Nombres propios asoman por su cabeza pero ella no les hace mucho caso. No se fía nada de nada. Está agotada de tanta frustración, de tanto intento baldío, de creer que ese era el comienzo definitivo y, finalmente, resultar ser otro motivo para borrar, lamentarse y volver al inicio. De modo que se levanta de la alfombra en silencio para que no se le note mucho y se va a la cocina, como quien no quiere la cosa, a prepararse un café. Y cuando la cafetera empieza a echar vapor,…, Carmela le susurra a la escritora que es justamente a la hora del café cuando ella suele reunirse con las demás mujeres del pueblo a hacer bolillos. Porque es la presidenta de la Asociación Local de Bolillos y porque en su pueblo hace demasiado calor como para irse al bingo cuando todavía no ha caído el sol. ¡Ah!, y sobre todo porque a ella no le gusta tener que hacer cosas de vieja solo porque tenga 85 años recién cumplidos.

La escritora se termina el café y justo con el último sorbo recuerda que hace unas cuantas semanas que no sabe de su madre. No hay mejor momento que ahora para llamarla y dejar que su verborrea rellene un pedazo de tiempo baldío. Y mientras su madre le cuenta los inconvenientes de haber tenido que cambiar de peluquero hace poco,…, Leonarda le explica al detalle que siempre hace el mismo recorrido por las mañanas camino del colegio: siempre con sus amigas, siempre con el pelo recogido en dos gruesas y largas trenzas negras. Siempre pasan por delante de la misma puerta, la de la gran aldaba brillante que siempre acaban tocando para salir corriendo antes de que el dueño les recrimine. Hasta el día que le toca a Leonarda y el dueño está mucho más rápido que otras veces, y a ella no le da tiempo a reaccionar cuando éste abre la puerta. Y como es un momento en el que ser mujer y desear una profesión no es algo que acabe de gustar a muchos, le agarra una de las trenzas y se la corta de un tajo con unas tijeras de podar. Sin mediar palabra, Leonarda se marcha al colegio y sin mediar palabra se presenta al día siguiente delante de la aldaba para recuperar su trenza. Y la trenza vuelve a su sitio, bien sujeta con un alambre y un lazo verde.

La escritora cuelga el teléfono sin saber qué le ha contado su madre entre el minuto tres y el segundo antes de despedirse, y piensa que una ducha es definitivamente la mejor idea para refrescar mente y cuerpo. Y abre el grifo con la máxima potencia y la mínima temperatura,…, y entre agua y jabón,…, Modesta le aborda sin más porque acaba de enterarse de que mañana hay fiesta en el pueblo de al lado y aunque sabe que su padre no le dejará ir -como suele ocurrir-, también sabe que ese no será un impedimento insalvable. Eso sí: para poder ponerse su falda nueva debe ir al río a lavarla y tenerla lista para girar con la banda y, quién sabe, con un poco de suerte y si los chicos no se animan, poder bailar cerca de esa otra mujer que sigue exactamente sus mismos pasos.

La escritora sale de la ducha y se siente felizmente derrotada. No deja de pensar que, quizá, cuando se ponga a dar forma a la historia de esas mujeres, es posible que haya perdido por completo la frescura que ahora mismo su naturaleza ficticia le cuenta por dentro; pero también sabe que de esta urdimbre ya no puede escapar.

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6 comments

  1. Terenci dice:

    Proust habría mojado su magdalena en ese café 😉

  2. Enric Riu dice:

    Aire fresco, ¡qué alegría! …con olor a café 😉

  3. Andrea dice:

    ¡¡Me ha encantado!! ¡¡Me ha embelesado completamente!! Yo ahora con el segundo café al lado también trato de buscar esa «inspiración» que no llega cuando se «estruja» tanto el cerebro. ¡¡Precioso relato!!

  4. jesús dice:

    Le estoy tomando cariño a Carmela, es que solo se puede tener treinta años con treinta años?

    • Virginia Rodríguez Herrero dice:

      ¡Por supuesto, Jesús!, del mismo modo que tener 30 años no significa no parecer que tienes 90, no hay una verdad tan grande como que la edad es un estado de ánimo (igual que Hawaii). ¡Gracias por todos los comentarios!

  5. jesús dice:

    Felicidades a la escritora tan atenta a sus cosas, como a la de las demás.

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